El domingo en la capital del país está nublado y con clima templado.
Los ex chilangos, ahora sin gentilicio formal, procuran comer en familia. Al verse se abrazan con efusividad con su tonalidad habitual que los caracteriza.
Las cantinas tradicionales se atiborran. Los meseros son amables y atienden con cortesía y prontitud. El menú está lleno de manjares prehispánicos que la gente local se resiste a dejar de consumir.
Veo que con el tiempo, el arte culinario mexicano se ha vuelto un sincretismo con las cocinas del mundo. Para fortuna, el cabrito, sigue siendo muy nuestro.
Ya entrados en cuestiones etílicas, los comensales piden al mariachi que acuda a sus mesas para que los deleiten con alguna melodía que les avivan los recuerdos. Cantan a pecho abierto y la algarabía aumenta. En ocasiones, el ruido se hace insoportable.
Es toda una experiencia estar en medio de ese ambiente. Cada familia en lo suyo. Todos tan cerca, pero a la vez tan lejos.
Creo que pocos se acuerdan o saben que a las 20:00 hrs., se habrá de desarrollar el debate presidencial convocado por el INE.
Para divertirme y tener que escribir, saco una pequeña encuesta. Le pregunto a los meseros, a los vecinos de las mesas y a quienes coinciden conmigo en el baño, si van a ver el debate.
¿Cuál debate? me contesta el 80%.
¡Ni madres, pinches políticos, todos son los mismos! Me espeta con enojo el 10%.
“Creo que sí”, me dice el resto.
Son las 19:30 hrs., salgo a la avenida Cuauhtémoc, a tomar un taxi. Me siento bien porque fui invitado a presenciar el debate en el periódico Reforma.
La organización es excelente. La gente es atenta y hay botanas saludables para quien no consume carbohidratos y ambigús de alta cocina, bueno, hasta baterías para celulares en caso de que te quedes sin pila.
Nos enseñan cómo vamos a participar en una muestra entre 400 invitados. Todo perfecto porque todo jala bien.
Los candidatos disertan sus propuestas, pero al poco rato comenzarán los ataque y las mentiras. Sus escaletas fueron preparadas con antelación por sus asesores para lograr mejorar su aceptación ante el electorado.
Y empezaron…
Zavala, se exaltó en oratoria. Subió la voz y siguió el guión: vio a la cámara y dijo que ella va a proteger a las mujeres y a las familias…pero no explicó cómo. Proyectó que desea en verdad un país distinto. Reconoció lo que hizo su marido cuando le tocó ser presidente. Ella tomó el riesgo con valentía.
Meade, moderado. Centró sus propuestas en el desarrollo económico. Dijo que para que seamos potencia, hay que generar riqueza. Exhibió su profesionalismo al crear confianza en quienes ven al hombre capaz y no al orador político que sólo se expresa bien. Se vio bien y fue claro. Aprovechó ser el de mayor experiencia pública.
Anaya, se mantuvo a la defensiva y dispuesto al ataque. No dejó su sonrisa sarcástica. Así logró desplazar a sus compañeros de partido que querían participara para ser candidatos por el PAN. Atacar es su fuerte y lo sabe. AMLO fue su target. Controló su pudor al no atacar a Zavala. Sabe que ya le hizo el daño que debió hacerle.
López, apareció displicente, pero sabía de antemano que sería el objetivo de los demás por ser el puntero. Repitió sus “slogans” de campaña. Permaneció ecléctico sin saberlo. Fue a flotar, a fluir y lo logró. Sabía que se podía dar el lujo de perder unos puntos. El “meme” de su graciosa huida no le ayudó.
Rodríguez, llegó a hacerse notar. Llegó con la idea de lo que este país necesita, pero no supo expresarlo. Se aventuró a crear polémica sin saber que llegó al extremo de provocar carcajadas. Resultó simpático, pero hasta ahí. Le dedicaron muchos “memes” donde lo ridiculizaron.
La audiencia en el Reforma, donde abundaban los suscriptores, muchas mujeres con bolsas Louis Vuitton y varones con cinturones Salvatore Ferragamo:
• escuchó a Zavala,
• respetó a Meade,
• le aplaudió a rabiar a Anaya,
• le abucheó a López y
• se rió de Rodríguez.
Eso explicó muchas cosas.